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Tiene 98 años y una energía inagotable cuando de servir a otros se trata. Es la “niña mimada” de las Damas Voluntarias del Hospital General de Medellín y respir...
Tiene 98 años y una energía inagotable cuando de servir a otros se trata. Es la “niña mimada” de las Damas Voluntarias del Hospital General de Medellín y respira servicio y solidaridad por todo su ser. Es cálida, de risa amable, generosa y respetuosa en el trato y cumple 55 años de prestar un gran servicio a las personas en su labor de voluntariado en nuestra ciudad
Nelly Campuzano de Arango, Nelly de Arango, como le gusta presentarse, es un alma noble y generosa que desde muy pequeña encontró en la vocación de servicio a los demás la mejor forma de retribuir al otro, lo que la vida le ha dado. “Me encanta servir, me encanta ayudarle a la gente. Me encanta dar. Y aquí estaré hasta que Dios quiera”, expresa con calma, serenidad y convicción esbozando una leve sonrisa maternal en sus labios.
¿Y quién es Nelly? Es de esas personas que al conocerlas inspira confianza y tranquilidad. Madre de siete hijos, con cinco hermanos y seis nietos, habitante del barrio Conquistadores en Medellín, adonde llegó de su pueblo natal, Yarumal, cuando tenía unos 10 años. Es gustosa del color verde. ¿Por qué? ”Yo no sé, pero creo que es porque refresca, como las matas, refresca la mente y los ojos y todo, me gusta el verde y el café capuchino”, comenta sonriendo.
Hoy tiene 98 años, que no aparenta por su lucidez, su buena salud y por la forma de desenvolverse sin mayores dificultades. Ella inspira calidez y admiración por parte de quienes la conocen y en especial de sus demás compañeras -las Damas Voluntarias del Hospital General de Medellín– en una labor sin descanso que emprendió desde el año 1970, cuando el hospital se llamaba clínica Luz Castro de Gutiérrez, matrona antioqueña de quien fue amiga personal y de quien conserva gratos recuerdos.
En ese entonces, no eran tantas las Damas Voluntarias. “Seríamos unas 40 o 50. Ahora somos como 72, pero llegamos a ser 210. Esto era chiquito, solo cuatro pisos”, recuerda con cierta nostalgia.
Y al hablar de Luz Castro, su espíritu se aviva, sus manos se mueven suavemente y sus ojos buscan los recuerdos en su memoria. “Es que ella era una persona maravillosa, entrenada para esto y además de que fue una gran profesional, se dedicó por completo y fundó, primero esta clínica y después enseñó esta belleza de hospital. A mí me dio ejemplo, era muy querida, éramos como muy buenas amigas”.
Nelly es de recuerdos y añoranzas acumulados en sus casi diez décadas de existencia. Y salta de añoranza en añoranza, pero sin amarguras ni tristezas. “Mi niñez fue hermosa allá en Yarumal, en la casita de Santa Juana donde compartía con mis cinco hermanas y mi hermano”.
Y entonces de ese bello recuerdo, salta a momentos relacionados con su labor de voluntariado. ”Lo que más hacíamos era estar como con las mamás. Nosotros podíamos antes entrar a los partos y enseñar a las mamás a alimentar a ese bebé y ese apoyo brindado nos llenaba el alma”.
¿Y por qué ser voluntaria? En esto seguramente tiene que ver con su gusto por la medicina -que fue lo que quiso estudiar- pero la influencia de su padre fue vital. Era un hombre generoso y solidario. “La gente venía a la finca y él ayudaba a unos y otros y yo veía eso. Y no es dar por dar, sino tratar bien a la gente y ayudarle, así sea, con pequeñas acciones. Es ir por los pisos, estar con las señoras, estar con los niños. Pues tantas cosas; es humanizar”. Y su voz se torna cálida y dulce.
Primero hacía su labor en otros días de la semana, pero después de la pandemia del covid-19 comparte su jornada desde las ocho de la mañana hasta las cuatro de la tarde, con un grupo de 15 mujeres -voluntarias como ella- que todos los viernes, en un ambiente jocoso, de respeto y pensando siempre en servir a los demás -siendo ella la consentida de estas mujeres de traje rosado, tal como lo ideó doña Luz Castro de un diseño que vio en Europa- recorren el Hospital General de Medellín, haciendo más humano el dolor de los pacientes que allí llegan y llevando esperanza y espíritu solidario a estas personas.
“Me gusta salir y ver aquí a las pacientitas de consulta externa. Como quien necesita como un tintico, un juguito o alguna cosa. Mi espíritu es servir. Me encanta servir, pues mi Dios me ha dado esto muy bien. Por esto no me pagan, por esto estoy yo con 98 años. Yo soy la última en este estado de voluntariado, porque Dios ya me pagó, porque además tengo muy buena salud”, manifiesta con orgullo, reafirmando además su convicción religiosa.
Lo de buena salud se le nota. Es vivaz y alegre. Conversa fluidamente. Se mueve de un sitio para otro. Usa anteojos, luce un discreto labial de tono rosado, unos topos pequeños dorados en sus orejas y pelo corto con unas canas que le dan dignidad. Es muy cumplida para venir. Se levanta a las cinco y media y antes de las ocho de la mañana ya está en el hospital, pendiente de cualquier situación.
Sus hijos son felices con la labor que desempeña, la cual espera seguir haciendo por más tiempo, cuando no está de servicio voluntario se queda en su casa disfrutando de los suyos y se dedica a coser, una de sus labores favoritas y también le gusta recostarse a descansar, no necesariamente a dormir. “Yo soy muy poco callejera. No soy de barras, ni de muchas amigas. Entonces, me encanta la casa. A veces van amigas o van los nietos o van las chicas”.
En esos 55 años de voluntariado le han pasado muchas cosas y Nelly recuerda una anécdota en especial: “Cuando yo salía a los pisos, una vez fui y entré a una habitación y vi a un señor que estaba como muy malito. Yo me dediqué a ayudar al señor. Muy solo, muy malito. Entonces quise rezar, pero a él como que no le gustó mucho. Me hice a un ladito y luego me pasé y le cogí las manitos. Y yo le rezaba. Y cuando se fue a morir, él me apretó la mano y me dio una sonrisa que a mí no se me olvida” y su mirada se torna profunda y agradecida con la vida por haber podido estar ahí en ese momento.
Y aunque también a veces llega algo apesadumbrada por alguna circunstancia, no permite que esto afecte su labor. “Yo también estoy triste por cualquier cosa, pero yo aquí traigo lo mejor de mí. Aquí hay que estar bien, estar contenta, estar alegre”.
Al referirse a la labor que realizan las Damas Voluntarias del Hospital General de Medellín, su rostro se ilumina y atina a decir: “Las voluntarias son muy maravillosas. A la gente le digo que lo mejor en la vida es darse uno para servir a la gente y ayudarla, más en estos momentos que estamos viviendo. Uno con estos problemas, estas cosas y que uno le diga a la gente, no, tranquilo, esperemos y darle algo de esperanza, es gratificante” y agrega: “Yo invito a las personas a que hagan un voluntariado, de cualquier parte que sea, para sentir lo dichoso que es haberle dado a la gente y a la humanidad lo mejor de uno. Es que esto, también le ayuda a uno”.
Al preguntarle sobre el significado que tiene para ella el voluntariado no lo piensa dos veces: “Para mí, el voluntariado es lo mejor que Dios me ha dado, después de ser mamá; es poder llegar yo a las personas, decirles una palabra de aliento, tocarles el hombro o decirle a alguien qué puede hacer. Es una cosa muy maravillosa. Soy muy feliz de ser voluntaria. ¡Ojalá todavía no me tenga que ir!” y dice esto último mirando a su alrededor a sus compañeras que están pendientes de ella.
Quiere que la recuerden con cariño y tiene muy claro lo que quiere ser después de dejar este espacio terrenal. Y al llegar al cielo -como espera hacerlo- se sentiría feliz y agradecida de estar allá. “Cuando me muera me voy a reencarnar y voy a servir. Voy a curar todo”, sentencia Nelly de Arango, una venerable Dama Voluntaria del Hospital General de Medellín, que a sus 98 años de vida y 55 de labores, junto con sus compañeras del voluntariado, luce con orgullo y dignidad su traje rosado y lleva tatuada en su alma, en su cuerpo y en su corazón el espíritu y la felicidad de poder servir con amor a la humanidad.