Alcaldía
Se llama Gladis Amparo Correa, pero todos la conocen como “La Mona”. Con su sonrisa permanente y su actitud de servicio, es la encargada de mantener limpias y bien aseadas las plataformas de llegada de los buses en la Terminal del Norte de Medellín.
Doña Gladis Amparo Correa, la “Mona” del aseo, como es conocida en Terminales Medellín, es una mujer obsesionada con la impecabilidad, con un amor por la limpieza incomparable y como el acto más digno de un ser, está siempre reluciente. Esta mujer de 57 años, tez blanca y “sonrisa eterna”, se ve todo el tiempo amable, paseando con su escoba y su trapeadora por los pisos de la plataforma de llegadas de la Terminal del Norte, donde está alerta para suplir emergencias y mantener este espacio siempre limpio, como el reflejo de su vida.
“Ah sí, a mí me gusta mucho ponerme adornos, mantenerme organizada y más en este sitio que se ve gente de día y de noche y que nos están mirando…que no digan, ¡vea esa “Mona” como se mantiene de descachalandrada!, a mí no me gusta eso”, dice mientras lava la trapeadora en el cuarto útil donde inicia su jornada.
Sus uñas, están perfectamente maquilladas de diversos colores y figuras, de las cuales sobresale la carita feliz de un emoticón bajo un fondo amarillo. Lleva sombra de color rosa en sus párpados y una línea oscura alrededor de sus alegres ojos claros. Rubor en sus mejillas, cabello recogido con un moño vistoso, a veces rojo, verde o amarillo, que contrasta con el blanco intenso de su uniforme, como un homenaje al oficio de la limpieza y la dignidad.
De Abejorral a Barbosa
Doña Gladis nació en la vereda El Naranjal del municipio de Abejorral y como hija mayor de una familia nuclear campesina con siete hijos, ayudó a criar a sus hermanos menores. De su casa campesina, recuerda las alegres jornadas jugando a las canicas y a los carritos por improvisadas carreteras, trazadas por ella y sus amigos alrededor de los cultivos de café, plátano y yuca, entre otras variedades. Recuerda de aquella época, en la que llevaba una vida feliz y tranquila, los reclamos de su madre por participar en “juegos de niños”, a lo que ella respondía con firmeza, que no le gustaban las muñecas, y por eso sólo tuvo dos hijos. La “Mona” no se imaginaba una vida como la de su madre, intentando mantener el control de una familia numerosa.
A los 10 años, cuando los cultivos ya no eran rentables, toda la familia migró de Abejorral a La Ceja. En La Ceja administraron una finca con ganado pero, muy temprano, se vio obligada a salir de su casa por la necesidad de aportar unos pesos extras y ayudar a solventar las necesidades de la familia. Fue así como inició su primer trabajo en una casa de familia, cuando apenas tenía 14 años.
Aguantó malos tratos, ayudó a criar a otros hijos, a quienes los llevaba y los traía del colegio, los ayudaba a hacer tareas, les cocinaba y les dejaba todo siempre ordenado y limpio. Pero cansada de la actitud de unos “patrones desagradecidos”, encontró un nuevo trabajo descuartizando pollos en Barbosa, allí trabajó por más de 15 años, y a la par, construyó su familia.
A los 14 años, la “Mona” también se enamoró de su esposo Orlando Velásquez, un viejo vecino de la vereda El Naranjal que la siguió como una sombra, pues mientras se desempeñaba como conductor de bus entre Abejorral y La Ceja iniciaron ese cruce de miradas y conversaciones sutiles, que dieron origen a su historia de amor, que se ha mantenido por más de 40 años.
“Allá me lo conocí, en un bus. Él pasaba siempre cuando yo hacía esa ruta y por allá no faltaba que la ojeada, que la mano y bueno, las conversaditas”·, dice mientras se ríe maliciosamente y reitera la idea de que tuvo que “lucharlo mucho”, pues, según ella, el oficio de conductor tiene desventajas para una mujer a la que no le faltaron sus rivales. A la fecha viven juntos en Barbosa, unidos como la prueba de un fuerte amor que se ha convertido en la última compañía.
Su familia
A los 20 años, la “Mona” concibió a su primera hija, Lady Johanna, quien hoy tiene 28 años. A Gustavo Alejandro lo tuvo el 15 de octubre de 1997, exactamente el mismo día en el que su padre fue arrollado por un automóvil, mientras se bajaba de un taxi en la variante de Barbosa. Una fecha que significa la luz y la sombra, el nacimiento y la muerte, dos caras de la misma moneda en la vida de la “Mona”.
Hoy, Alejandro tiene la misma edad que su abuelo cuando murió, y afortunadamente no ha dejado de ser un buen hijo que, aunque no quiso estudiar; aprendió desde los 11 años a conducir como su padre. Posteriormente, la “Mona” le pagó la licencia de conducción y hoy, su hijo, transporta pasajeros entre Botero y Barbosa. El oficio de conductor la une a su familia, pero también a Terminales Medellín, donde se pasea seis de los siete días a la semana y donde dice sentirse “feliz y contenta”.
Su jornada laboral
La “Mona” disfruta honestamente de su trabajo y cuando tiene turno en la mañana se levanta a las 3 a. m., porque no le gusta llegar tarde. Desde Barbosa viaja en bus por una hora hasta la Terminal del Norte, donde recibe su puesto a las 5:45 de la mañana.
«Uno se enseña a viajar todos los días, porque nadie sabe los inconvenientes en la autopista, que no faltan. Entonces uno sabe que tiene que venirse una horita antes para no estar llegando tarde al trabajo”
Viene preparada para todo y entre sus insumos lleva siempre escobas, traperas, cepillos, detergentes biodegradables, desengrasante, hipoclorito y aserrín para mitigar la llegada de los usuarios nauseabundos.
Pasa sus días entretenida y sonriente limpiando pisos y guiando turistas por la terminal. Cuenta con la sabiduría para entender el oficio de limpiar lo que otros ensucian. Así demarca su zona de trabajo con la señal de ¡cuidado!, espera si alguien tiene que pasar, busca otros lugares para limpiar cuando los usuarios se molestan, entiende que es imposible luchar contra las personalidades y los estados de ánimo.
“Hay que tener paciencia, ¡Eh Ave María!, nos tiran los letreros con el pie, con la maleta y ¡vuela lejos! Pero uno ya sabe cómo es y tiene paciencia. Yo no me voy a poner a pelear, que pisen que yo tengo más horas para estar pendiente, para entregar limpio”, dice con orgullo.
Siempre de buen ánimo, a pesar de algunos
La Mona enfrenta todos los días usuarios indolentes y carentes de empatía que, sin importar, no dudan en reparar que ese es su trabajo y que para eso le pagan, dejando tirada la suciedad y su mala educación para que la “Mona” las recoja.
Entre risas, recuerda sus anécdotas con los extranjeros que preguntan o hacen buenos comentarios sobre nuestras terminales. “Ah sí los gringos, eso sí, uno que otro dice: ¡vea tan juiciosa como tiene el piso de bonito! Se amañan mucho aquí, que porque la terminal tan bonita, que es mucho mejor esta que la de Bogotá, dicen”.
Añora especialmente el bullicio y el fluir de cada temporada de vacaciones, donde los pasillos fluyen entre miles de viajeros que buscan un destino para llegar. Sirve de guía para los usuarios que requieren de una taquilla, del acopio de taxis o de algún local dentro de la terminal. “En diciembre son como hormigas, como las arrieras, de arriba para abajo. Diciembre aquí es de respeto, y hasta bueno, porque mientras más buses salgan y más gente viaje, por ellos tenemos trabajo”, dice con una sutil sonrisa en su rostro.
“Me siento muy contenta con la Terminal del Norte. No sé, será porque tengo mi trabajo, mi empleo y me amaño mucho trabajando acá. Hay mucha gente y nunca se siente uno sola”.
Aunque espera pronto su pensión, no está segura de vivir una vida sin su oficio. En su tiempo libre encuentra la excusa perfecta para limpiar su propia casa, a la cual también quiere mantener siempre impecable. Porque la “Mona” del aseo de Terminales Medellín, lleva en su ADN la obsesión por la limpieza.
Personas como “La Mona”, que hacen su labor con amor y dedicación, son las que construyen día a día esa Medellín que todos queremos.