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Imagen Juan Guillermo manejando

Ángel exprés: Juan Guillermo García un taxista que sirve sin reparos a la gente en Medellín

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Secretaría de Movilidad
Por: Textos y fotos: Hemel Alonso Atehortúa Editor: Alonso Velásquez Jaramillo. |

Después de publicada la noticia del taxista de 48 años que asistió un parto durante una carrera iniciada en la Terminal del Norte, quisimos escudriñar más allá del ...

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  • Después de publicada la noticia del taxista de 48 años que asistió un parto durante una carrera iniciada en la Terminal del Norte, quisimos escudriñar más allá del acontecimiento noticioso para descubrir al hombre detrás de este acto valiente.

    El drama de un parto improvisado

    A don Juan Guillermo lo conocí una semana después del revuelo noticioso, descrito con sarcasmo mediante titulares sensacionalistas que incluían la expresión: “señora, puje, puje”. Un cliché de un parto improvisado para el titular, cuando lo realmente simbólico recaía en la valentía y el don de servicio de este hombre rodeado de un aura especial.

    Todo transcurría con normalidad a las 3:15 de la tarde cuando, después de dejar a uno de sus usuarios en el acopio de taxis de la Terminal del Norte, se encontró con una mujer en avanzado estado de gestación, enmarañada con maletas y su pequeña hija de siete años, quienes tenían la necesidad de viajar hasta Sabaneta, pero ningún taxista las quiso llevar. Aunque tenía que estar en Rionegro a las 5:00 de la tarde, don Juan Guillermo no dudó un instante, pensó que no era problema llevarlas si, después, subía por Las Palmas hacia su destino final.

     “Yo le dije con el mayor gusto y en el transcurso del camino la señora tenía mucho dolor, tenía dolores de parto”.

    Esta acción de servicio amoroso se convertiría en uno de los actos más valerosos y empáticos que nunca antes había experimentado este hombre, quien quedaría atrapado en medio de un gran drama: sin poder soltar el volante tenía a una mujer a punto de dar a luz en su taxi, mientras pretendían atravesar el Valle de Aburrá a las 4.30 de la tarde, con todo lo que eso significa en medio del tráfico de una ciudad, cuando todos van de regreso a casa.

    “En la autopista hacia el sur, me dijo que no aguantaba más y me dijo que la llevara al hospital. El más cerquita que teníamos era el Manuel Uribe Ángel”, dice mientras recuerda el acontecimiento con una sutil sonrisa en sus labios.

    Imagen Juan Guillermo en su taxi

    ¡Y llegó la valiente!

    La llevó y le tuvo paciencia. Las contracciones  aumentaban y las expresiones de dolor que aceleraron también los latidos al interior del vehículo. Todos estaban asustados ante la inminencia del parto sin retorno. Con la adrenalina al tope, en esa mezcla de miedo y de valentía que lo condujeron a la acción. Mientras manejaba, trataba de instruir a la mujer para que respirara con calma. Lo recuerda con ojos llorosos y no deja de expresar su admiración hacia la niña de siete años como: “¡una valiente!” que, mientras su madre padecía el drama de un parto inesperado, la acariciaba y la mimaba para tratar de apaciguar el dolor y el miedo.

    “Me parece la niña muy valiente, le frotaba la frente, le sostenía la mano y esa señora súper, súper guerrera”.

    Recuerda que, cuando escuchó un grito desgarrador, miró para atrás y el niño ya tenía la cabeza afuera. En ese momento decidió detener el auto y pasar al asiento trasero para asistir el parto. Entre pañitos húmedos y sus ropas, don Juan Guillermo tuvo la delicadeza suficiente para recibir a la criatura dentro del taxi, lo cual describe como un milagro y el mejor de los regalos en todas sus jornadas, y por ello, no cobró la carrera, aunque la familia se ofreciera a pagarle hasta la limpieza.

    “No señora, a mí no me tiene que pagar nada. El niño es el primer regalo, no se preocupe por plata. Antes ¿dígame que necesita, pañales? Lo que necesite, con mucho gusto le traigo”.

    Uno de sus días más felices

    De aquel momento conserva su memoria y la foto del rostro del recién nacido, el mejor recuerdo de uno de los días más felices: cuando tuvo el valor y el placer de recibir una nueva vida y ofrecerle la primera manifestación de ternura al ser que acababa de abandonar el caluroso vientre de mamá y que necesitaba de la protección que le ofrecía este hombre, ¡una bienvenida sin reparos!

    Ya en la clínica Manuel Uribe Ángel, don Juan Guillermo entregó la responsabilidad de la mujer y sus dos hijos a los médicos y a la familia, su compromiso en Rionegro fue postergado y aunque llegó tarde a casa, se fue con la satisfacción en el rostro y el corazón henchido de felicidad y orgullo, al recordar su acción. Participó del milagro y la desbordante sinfonía de la vida, se convirtió en uno más de los ángeles que custodiaron a doña María y a ese bebé afanoso de descubrir el mundo.

    “Llegamos allá. Yo grité: ‘una camilla, una camilla’, el portero trajo una silla de ruedas y cuando se arrimó una enfermera y vio que era que había nacido, porque yo gritaba”.

    Imagen de Taxi y Juan Guillermo

    El valor de la familia

    Don Juan Guillermo heredó la bondad y la compasión desde muy pequeño, cuando trabajaba arduamente al lado de su padre Luis Emilio García en la finca de la familia, ubicada en la vereda La Rápida del municipio de San Rafael, Antioquia. Allí cultivaban plátano, cítricos y café. Siendo un niño, combinaba sus estudios de primaria con el trabajo como agricultor y, según él, vivía una vida feliz al lado de sus padres y sus cinco hermanos, hasta que los golpeó la guerra, cuando don Juan Guillermo tenía tan solo 15 años y era un adolescente que se resistía a abandonar el campo.   “Fue muy duro porque yo nunca me había amañado en las ciudades ni en los pueblos”.

    Toda la familia tuvo que migrar a la cabecera del municipio y allí su madre, María Gabriela Cárdenas emprendió la venta de “cacharro” en un toldo, cuando esta familia campesina honesta y amante del trabajo, transmutó al comercio: “mi mamá ha sido muy guerrera, tenía un kiosquito allá de venta de ropa, junto con un toldo”.  En San Rafael vendían todo tipo de mercancías, pero el conflicto persistía y los puso de nuevo en peligro, especialmente a los cuatro hombres de la casa. Fue así como se desplazaron hacia el municipio de Marinilla donde terminó su bachillerato en el Instituto Agropecuario de Promoción Social, a los 18 años.

    “Esos fueron momentos duros donde, gracias a Dios no nos tenemos que lamentar de nada, pero sí hubo muchos conocidos que perdieron a sus seres queridos”…

    Imagen Juan Guilllermo junto con su taxi

    De Marinilla  a Aranjuez

    Por último, desde Marinilla la familia migró al barrio Aranjuez de Medellín, en una época donde hasta las ciudades enfrentaban una violencia que no daba tregua, por allá en la segunda mitad de la década del 90; pero con su devoción y buen comportamiento, se libró de todos los peligros.

    Ya en Medellín, terminado su bachillerato y con la necesidad imperiosa de trabajar, montó una colchonería frente a la iglesia El Sagrado Corazón del barrio Buenos Aires y al cabo de un año, bajo la influencia de su madre, se asoció a ella para comprar y vender mercancías. Al cabo de un año se alió a su hermano mayor: Emilio, y juntos expandieron los negocios de remates y mercancías hacia el norte del Valle del Cauca, en los municipios de Sevilla, Tuluá, Buga y Caicedonia.

    Estos negocios les ofrecieron una vida segura hasta cuando apareció la pandemia en 2020 y los remates se “vinieron al piso”. Al pagar el sueldo a todos sus trabajadores, los negocios quebraron y los hermanos tuvieron que emprender caminos diferentes. Fue así que empezó a manejar un camión y mientras le cambiaba de aceite, conoció a don Luis Fernando González y su esposa Claribel, quienes le ofrecieron la oportunidad de manejar un taxi y desde entonces, durante tres años consecutivos, don Juan Guillermo sirve con amor, trabaja dieciséis horas todos los días, cuatro de ellas las usa para transportar, sin recibir dinero a cambio, a diversas personas enfermas que necesitan ir y venir a exámenes o citas médicas.

    Imagen Juan Guillermo manejando

    Un servicio sin reparos

    “Tengo un señor que transporto desde el 12 de Octubre hasta San Diego a lo de la diálisis. Dos o tres veces semanalmente y así con varios clientes. Si tienen plata bien y si no tiene, también”.

    A sus 48 años, de origen campesino y con el ejemplo de una familia emprendedora, Juan Guillermo ha sido iluminado para asistir un parto. Este hombre con el corazón dispuesto es admirable por su nobleza, en el sentido del buen ser humano que es, y que sale a flote en todos los aspectos de su vida. Hoy dice con orgullo ser el padre y ejemplo de cinco hijos, cuatro de la primera esposa y de los cuales se siente orgulloso al ser formados por el buen camino.

    “Ante todo la honestidad, porque la educación empieza en casa. La menor tiene nueve añitos que es Isabela, la mayor de las niñas tiene 17 añitos y los muchachos son mayores, pero me la llevo muy bien con todos, son muy luchadores”.

    Entre todos, destaca la dedicación de su hija Valentina, porque a pesar de que no viven juntos, dice: “ha sido muy derechita, muy correcta, gracias a la dedicación de su madre y los abuelos que le enseñan buenos modales.”

    Hoy distribuye su tiempo entre trabajar, cuidar a sus a padres enfermos que superan los 70 años y a su hija Isabela de nueve, que, junto a su nueva esposa Beatriz, son las personas que le acompañan en su misión de servir sin reparos.

    Su sueño es tener taxi propio e impulsar un gremio trasformado, que con profesionalismo preste el servicio con amor a todos los usuarios, muchos de los cuales salen y llegan desde y hasta la Terminal del Norte. 


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