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José Miguel Vallejo Toro tiene el privilegio de ser el gerente de pasajeros de la empresa de Transportes Segovia y al mismo tiempo es diácono, por su vocación de servicio en la Terminal de Transportes de Medellín. Una vida que transcurre entre motores y su vocación espiritual.
“Yo nací aquí en Medellín, soy el mayor de cuatro hermanos, siempre vinculados con el transporte, yo podría decir que literalmente nací en el transporte”. Estudió su bachillerato en el Seminario Menor de Medellín, es decir, que desde que estaba muy pequeño tenía una fuerte inclinación por lo espiritual, estaba completamente decidido a ser sacerdote.
Al conocer al diácono José Miguel Vallejo da la impresión de estar frente a un ser que levita. Su figura impecable, de camisa con los puños bien puestos, un cabello corto y peinado con cuidado, que hace juego con una mirada que refleja el intenso color verde de sus ojos. Al conversar con él noté inmediatamente la calidad de ser humano que es y lo mucho que se preocupa por los otros, pues fue criado así desde su infancia, con el amor hacia el prójimo y con el don del servicio como consigna de vida.
Don José Miguel es un ser entregado a su trabajo como gerente de pasajeros de Transportes Segovia. Sus oficios, después de las 4:30 de la tarde, se extienden a consejero de parejas en vísperas de matrimonio, a reclusos, habitantes de calle, enfermos y cuidadores urgidos de que los escuchen o les tiendan una mano. Su mirada refleja, paradójicamente, una profunda tristeza, pero eso no le impide dejar de actuar como un ser compasivo que regala parte de su tiempo a los que más lo necesitan. Trabaja intensamente y con disciplina para que la gerencia de pasajeros de Transportes Segovia funcione a la perfección. Su disciplina se refleja claramente en su impecable figura, que se complementa con esa sensación de estar frente a un ser liviano y comprensivo.
Es interesante oír de sus labios cómo se fundó la empresa en 1946. Su abuelo, don Juan Miguel Vallejo, que era mecánico en Marinilla, vislumbró grandes oportunidades de negocio en el primer apogeo de la minería y la llegada de los primeros mineros ingleses a Segovia, hasta donde voló para ofrecer el servicio de transporte entre el aeropuerto y el municipio, cuando el único medio de comunicación de Segovia a Medellín, se hacía a través de un improvisada pista y pequeños aviones.
En sus viajes permanentes a nuestra ciudad, don Juan Miguel Vallejo lideró la apertura de la carretera que hoy comunica a Segovia con Medellín. Este progreso impactó positivamente la economía de la región y de Transportes Segovia que, por el valor de la unión familiar, fue creciendo hasta convertirse en la empresa que es hoy y que moviliza a más de 240 mil usuarios y 15 mil vehículos cada año, desde y hacia este próspero municipio del Nordeste antioqueño.
Don José Miguel tuvo la necesidad espiritual desde los cuatro años, un deseo intenso de ayudar a la gente, de conducirlos por el buen camino, que se despertó en el seno de una familia de clase media que habitaba en el barrio Santa Mónica # 2 de Medellín, en una casa del entonces Instituto del Crédito Territorial, la cual siempre contaba con una mesa llena y donde era feliz rodeado de su madre, una ama de casa excepcional; su padre, un zootecnista dedicado y sus tres hermanos menores. El trabajo de su padre produjo una vida peregrina para la familia que, según él, hace parte de lo que concibe como “llamados de Dios”. La vida los ha llevado por diversos caminos y lugares de forma inesperada, pero, siempre ha estado dispuesto para ir donde lo necesite la familia o su vocación.
Recuerda con agrado que, a sus cuatro años, vivió en Popayán movido por el trabajo de su padre como zootecnista. En palabras de José Miguel, aquellos fueron “momentos inolvidables”. De esta ciudad recuerda la Semana Santa con sus enormes imágenes talladas sobre plataformas de madera decoradas y llevadas por “cargueros”, a ritmo de los famosos «pasos». una tradición que existe desde el siglo XVI. Vestidos de túnica y gorro o “capirote”, alpargatas blancas de cabuya, paño y cordón o cíngulo como símbolo de humildad, los cargueros soportan el peso marchando juntos como robots, según la expresión de don José Miguel, quien recuerda, entre otras cosas, como descubrió el maní con sal, “que vendían como arroz” antes, durante y después de las procesiones.
“En Popayán estuvimos por ahí dos años, luego regresamos a Antioquia y estuvimos dos años en Andes, dos en San Pedro de los Milagros, hasta cuando yo tenía por ahí unos seis años, ya cuando nos establecimos aquí en Medellín.”
Así fue que alimentó su devoción y la necesidad de entregarse al sacerdocio, en el seno de una familia ejemplar e idílica, en la que padre y madre sostenían el hogar con amor y calma. Recuerda una familia muy creyente, que no faltaba los domingos a misa. “Donde estuviéramos íbamos a misa cada ocho días y mi mamá nos metía al grupo de acólitos. Yo fui acólito en Santa Mónica, donde más tiempo vivimos”.
Cuando tenía 11 años y cursaba quinto grado en el Liceo Salazar y Herrera, llegó hasta su salón un grupo de sacerdotes misioneros que buscaban conformar un semillero sacerdotal. En ese momento despertó, con mayor fuerza, la vocación de José Miguel. Aquel nuevo llamado lo puso en el Seminario Menor, donde inició su bachillerato en el año de 1978, convencido de que iba a ser sacerdote.
Imagen tomada de https://www.salazaryherrera.edu.co/
Su madre les tenía todo al orden del día: los llevaba y los traía del colegio, mientras su padre trabajaba asesorando proyectos agropecuarios para la Gobernación de Antioquia. Don Carlos, padre de José Manuel, había logrado su título de zootecnista como un reto, cuando el abuelo fundador de Transportes Segovia, Juan Miguel Vallejo, le comunicó que tenía la obligación de trabajar, teniendo en cuenta que se iba a casar: “Mi papá muy joven se casa, entonces mi abuelito le decía bueno: ‘a usted le toca ya trabajar y estudiar’ y él le dice: ‘ah listo, lo que haya que hacer’ fue su respuesta”. Desde ese momento su padre se convirtió en “el celador” de empresa mientras estudiaba zootecnia y al mismo tiempo ejercía labores administrativas al lado de su padre y los demás hermanos, cuando Transportes Segovia estaba ubicada por la avenida del Ferrocarril, cerca de la Plaza de Cisneros, donde hoy es el parque de las Luces “y yo nací ahí, mi papá era el celador de la empresa, mientras fue estudiando la carrera».
Posteriormente el abuelo fundador y gerente, le entregó su cargo a Juan Diego, el segundo de los hijos y tío de José Miguel. Juan Diego dejaría un gran vacío en la familia, cuando se convirtió en víctima mortal de la bomba puesta en la plaza de toros de La Macarena de Medellín, en el año 1991. “Mi tío era el gerente de la empresa y los hermanos le dicen a mi papá: ‘véngase que lo necesitamos aquí’ y él se viene a gerenciar a Transportes Segovia, yo creo que como por 25 años, junto con una hermana mía”.
Cuando cumplió 17 años, sucedió la experiencia más devastadora de su vida: la separación de sus padres a quienes amaba profundamente. Al narrarlo no puede evitar expresar toda esa tristeza y dolor que aún persisten y con ojos aguados cuenta cómo vivió ese momento: con rabia y frustración. Según él, lo que fundamentaba su vocación, es decir, precisamente la unión familiar y el amor por encima de todo, se había hecho trizas frente a sus narices. Por lo cual tomó decisiones radicales como ir a vivir con su abuela y olvidarse de todo lo demás, se le quitaron las ganas de ser sacerdote y por azar terminó inscrito en la Facultad de Arquitectura de la Universidad Pontificia Bolivariana.
“Después de mucho tiempo me di cuenta que tomé una mala decisión y no por mí sino por mis hermanos, porque yo era el mayor. La niña alguna vez me decía: es que yo perdí mi papá, perdí mi mamá y perdí mi hermano y cuando va llegando la madurez se da uno cuenta que todavía fue más duro para los otros, porque perdieron todavía más”.
Cuando iniciaba sus estudios de arquitectura en la UPB, apaciguada la decepción familiar, encontró el amor de su vida: doña Marcela Monsalve. Fueron novios por seis años y se casaron. “En ese momento pensé, listo, ya está, es otro paso definitivo y distinto al sacerdocio. Y bueno, nos casamos”.
Al segundo año de matrimonio llegó Manuela, que hoy tiene 30 años, y luego llegó Simón, que tiene hoy 28. Manuela es médica y Simón es ingeniero biomédico. El encuentro con su esposa y su familia fue, para el joven decepcionado, un renacer, la posibilidad de creer nuevamente en el amor a través de una compañía que perdura hoy, después de 40 años y desde entonces tiene la certeza de haber sellado un amor eterno, que está dispuesto a conservar para evitar el dolor de una separación como la que vivió en su adolescencia.
Desde 1989 cuando empezó a ejercer de lleno su profesión como arquitecto y constructor de obras civiles, José Manuel hizo de todo: fue empleado, contratista e hizo construcciones tradicionales en ladrillo y en madera, de las cuales su mayor orgullo ha sido la construcción del Monasterio Benedictino de Guatapé, del cual dice que es una “obra hermosa”.
Hoy, doña Marcela es quien lo acompaña en su rol de diácono y cuando se le pregunta si es un sacrificio servir en las horas que debería estar con su familia, sonríe y dice que “lo bonito es poderlo hacer al lado de mi esposa y tener aún a mis hijos en casa”, ya que a pesar de que trabajan y son profesionales, se rehúsan a abandonar el nido. “Tengo la gracia de que, a pesar de que tienen 30 y 28 años, todavía están con nosotros”.
Después de ejercer su profesión hasta el año 2012, fue llamado, como tantas veces, para que ayudara a montar la Unidad de Encomiendas de Transportes Segovia y, sin dudarlo, vino a realizar dicha tarea con cariño. Al tiempo, los amigos del seminario, convertidos en sacerdotes, le insistieron en la idea de asumir el diaconado permanente y le recomendaron entregarse al servicio pastoral. “Me decían: ‘vos tenés la vocación del diácono’ y yo les decía que no tengo tiempo, yo trabajo de lunes a sábado”. Sin embargo, estar en la empresa como independiente, con la tranquilidad por contar con más tiempo para compartir, sumados a aquel llamado espiritual, le convencieron de seguir su designio: “y dije pues voy a ir a conocer… porque te digo la verdad, tampoco sabía muy bien que era el diaconado permanente”.
Después de una formación rigurosa, don José Miguel fue ordenado por el arzobispo Ricardo Tobón Restrepo de Medellín como diácono permanente, entregándole así la tarea de reforzar las diversas pastorales y misiones de las que puede participar como miembro en tercer grado del ministerio de la Iglesia. Después de los obispos, considerados los sucesores directos de los apóstoles y los presbíteros, elegidos para pastorear la Iglesia, están los diáconos, que existen desde la iglesia primitiva con la elección y la ordenación de los primeros de ellos narrada en Hechos de los Apóstoles.
“Cuando lo que te motiva es la fe, entonces estás motivando, primero por la creencia en un ser superior, el deseo de caminar y la certeza de que eso que estás viviendo aquí es pasajero, pero que hay una vida más larga y mejor”.
Ser diácono es sinónimo de servicio, compasión y fraternidad. Deben ser personas casadas, con un empleo y disponibilidad de tiempo extra para realizar el apostolado, que como ya dijimos, consiste en ayudar a las diferentes pastorales y misiones que atiende a población vulnerable o en búsqueda de guía espiritual. “Muchas veces no hay ni qué opinar porque la gente busca es que uno los escuche. Yo personalmente siento que el llamado es una gracia, un don y un regalo de Dios muy grande y siento que no deberíamos ser diáconos para servir a quienes lo necesitan”.
Para sus múltiples tareas, el diácono José Miguel se levanta muy temprano, tipo 5:30 de la mañana, monta en bicicleta, hace la oración con su esposa Marcela, desayuna y se dirige hacia la terminal. Al ser laico, realiza su trabajo como gerente de pasajeros en Transportes Segovia con normalidad hasta las 4:30 de la tarde, después de esa hora y los fines de semana, presta servicios en la pastoral social a personas en condición de calle, evangeliza reclusos y en la pastoral familiar sirve como consejero y ejemplo de amor en el matrimonio. Al ser diácono tiene la potestad de ofrecer la liturgia, exequias, proclamar el evangelio, servir el altar, bautizar, celebrar el sacramento del matrimonio y ofrecer la bendición del Santísimo.
En la Terminal del Norte, según él, cuentan con el privilegio de una capellanía y un sacerdote: Juan Fredy Pérez, que no está de tiempo completo, pero, para llenar esos vacíos, está el empresario y diácono José Miguel Vallejo, quien colabora en la celebración del día de la Virgen del Carmen, la Novena de Aguinaldos, entre otros momentos religiosos especiales para la terminal.
Durante Semana Santa sus actividades son variadas y, a pesar de que su trabajo se multiplica, la espera siempre con entusiasmo y alegría, dado que es una de las temporadas de más alto flujo de pasajeros a la que se suma toda la programación de la Semana Santa. Acompaña en las celebraciones al párroco Fredy Pérez y juntos coordinan cada detalle con la ayuda de la administración del Centro Comercial y de Terminales Medellín. Organizan, ejecutan y predican desde el Domingo de Ramos hasta el de Resurrección, “esa es una semana dedicada al trabajo pastoral.
El Domingo de Ramos, el lavatorio de los pies, el viacrucis, la pasión y muerte de Jesús, la vigilia pascual y la resurrección dice, se viven con mucha fe y entusiasmo. Los describe como una fiesta donde participa el personal de las empresas trasportadoras, los comerciantes, los vecinos y los viajeros con tiempo que transitan por la terminal y quienes encontraron una forma de celebrar la Semana Santa, a pesar de las ocupaciones, por lo que para don José Miguel, a pesar de que es una ardua semana, al mismo tiempo son siete días de satisfacción al servicio de quienes necesitan alimento espiritual. El gran evento de la Semana, según el diácono, es el viacrucis, del cual cuenta que “se da por los tres pisos comerciales de la terminal”, con la participación del centro comercial y sus comerciantes, de las empresas y sus empleados: conductores, taquilleros y las demás personas que participan con devoción en cada una de las estaciones.
“Hacemos las procesiones por los pisos de la terminal y las misas por fuera de la capilla, porque allí no cabríamos. Dentro de ella hacemos un monumento como para que la gente tenga su rato de adoración al Santísimo, como se hace normalmente en las parroquias”.
Su vida, dedicada a servir y a ser guía espiritual, ha sanado hasta cierto punto las heridas, por lo cual se esmera cada día para expresar su amor, convencido de que no quiere que sus hijos corran el destino doloroso de una separación familiar. A sus 59 años esta prueba parece superada manteniendo un matrimonio por más de 40 años y unos hijos que aún no lo abandonan, lo cual habla de la tolerancia y el amor con los cuales ha conformado a su familia.
“Entonces el Señor mira eso con beneplácito y uno ve como suceden cosas muy bonitas en nuestras vidas Los hijos y la esposa finalmente son una bendición de Dios y una gran retribución por lo que uno hace”.
Y con estas palabras se despide, para seguir en su cotidianeidad como gerente de Transportes Segovia, como diácono de la Terminal de Transportes del Norte de Medellín, como esposo y padre de familia y como un ser humano que reparte transportando en los buses de su empresa o llevándolos a un mejor estado espiritual en sus vidas.